Nuestro proyecto, “Las Caras del Olvido”, traspasó las fronteras de Buenos Aires rumbo a San Luis.
Partimos en un viaje de 9 horas por las rutas argentinas con el objetivo de dejar retratada a Rina en el lugar que la vio crecer.
Norma, su hija, nos envió una foto, y no cualquier foto, si no una foto que Norma usa como «ayuda memoria» para buscar el recuerdo de su madre cuando aún estaba sana.
A pesar del granizo, el frío y la lluvia constante con que nos recibió San Luis, al día siguiente nos sorprendió el sol y Norma quien nos pasó a buscar para llevarnos al lugar donde retrataríamos a su madre.
Con permiso de la municipalidad de San Luis, Alberto, Clavahead, comenzó su obra, y casi sin darnos cuenta los amigos de Norma comenzaron a aparecer, con sus mates, su cariño, sus biscochos, sus hijos, más mates y sus anécdotas sobre Rina quien poco a poco iba cobrando vida a través de los colores y las historias contadas.
Llegado el mediodía, mientras Alberto le daba los toques finales, los ojos de Rina conmovieron a los presentes. Habíamos capturado su mirada, solo faltaba que Norma lo testificara.
Y así lo hizo. Se acercó despacito y cuando destapamos el dibujo sonrió con sus ojos conteniendo las lágrimas. “Es mi mamá” dijo, y entonces todos dimos un suspiro. Habíamos llegado a su corazón.
Por primera vez fuimos testigos de lo que genera este proyecto, y luego de conversar con Norma frente a las sierras de San Luis, partimos de regreso a casa con alfajores bajo el brazo, ganas de llevar esto a muchas personas más y una sensación de hermandad y satisfacción.
Esta experiencia nos hizo rescatar algo bueno de esta enfermedad, el conocer a gente increíble y buena, como Norma y sus amigos, y el sentirnos acompañados en este camino tan oscuro como lo es el del Alzheimer.
«Todos la conocen con el nombre de Rina, pocos saben que su verdadero nombre es Ernestina. Hija de italianos, madre de dos hijas y esposa de un eterno enamorado, nació y vivió en San Luis toda su vida.
Fue modista pero dejó ese trabajo al poco tiempo de casarse por problemas de salud. De allí en más se dedicó a su familia. Era hiperactiva, no se quedaba quieta un segundo y le encantaba el paseo por las sierras de San Luis los domingos por la tarde, aun ya estando enferma.
Le encantaba cocinar. Hacía delicias que nunca más su familia volvió a probar. ¡Infaltable la pasta casera de los domingos!»
Aunque Rina ya no recuerde las calles de San Luis, San Luis la recuerda así: